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OTRO DE LA JUANI
OTRO DE LA JUANI Era un cutre e impersonal restaurante de menús, pero Juani le daba un toque personal. Solía recordar lo que sus comensales habituales preferían, las manías de cada uno, y se adelantaba al pedido. Los conocía a todos, a muchos por sus nombres, pero ella se le resistía; siempre la veía sola, y la tenía intrigada. Era alta y elegante, llevaba el pelo corto pero con un mechón más largo que le daba un toque muy actual, como se veía en las revistas. Juani era consciente del nivel del establecimiento, de su olor a fritanga, de los gritos que tenía que dar por el interfono para que le subieran pedidos: “¡venga ya, los segundos de la cuarenta y dos, que tienen prisa!”, “aquí mando de nuevo un plancha, que está poco pasado, ¡ya lo había advertido, es que no me hacéis caso, jolines!”, y veía con claridad que ese ambiente no le pegaba a esa señora, porque era realmente una señora. Llegaba a la misma hora, la miraba interrogante para que Juani le designara mesa, se iba a su sitio, se quitaba el abrigo que dejaba en el perchero, y se sentaba. La más de las veces sacaba una libreta azul en la que tomaba notas. No lograba ver qué apuntaba allí, a veces se quedaba un rato pensando, soñadora, y luego escribía apresuradamente. Debe ser poetisa, pensaba, o quizás periodista, o, qué tontería, quizás solo está haciendo la lista de la compra. Juani ya sabía que no le gustaba la cebolla en la ensalada y que prefería el agua del tiempo. Cuando era verano, corroboraba la elección “¿hoy también agua del tiempo?” y a veces ella le decía que no, que fría, gracias, con el calor que hace hoy…. Era amable pero no simpática, sonreía poco pero decía “gracias” muchas veces y se veía que le gustaba que Juani conociera sus gustos. “En eso es igual que todos”. Nunca tomaba pan. Cuidaba su figura esbelta. Ésta es una ejecutiva de las de por aquí, seguro que manda mucho. Se sorprendió el día que descubrió que se comía las uñas, la verdad que tenía los dedos lamentables, uñas destrozadas y padrastros arrancados, los tenía llenos de pequeñas heridas, una pena, porque tenía manos bonitas. Casi le hace un comentario, pero se contuvo, seguro que le iba a parecer impertinente. Durante una temporada apareció con un señor, más o menos de su edad, cincuenta y pico. Él siempre pedía una cerveza, un tercio y también le encantaba cuando Juani decía “y un tercio para el señor”, como a todos. Se los veía muy contentos y dicharacheros cuando comían juntos. Se los veía cómplices. Juani pensó que serían amantes. No podían ser simples compañeros de trabajo, aunque nunca hicieron ningún gesto que le diera lugar a pensar que tenían intimidad, algo notaba ella en el ambiente. “Estos, si no amantes ahora, lo han sido, yo, es que lo huelo”. Probablemente él estaba casado. Intentó infructuosamente ver si tenía anillo. Le parecía que no, pero vamos, muchos no lo usan, así que… Pero de golpe y porrazo, el señor del tercio desapareció. Otra vez ella completamente sola. Juani pensó que probablemente la mujer del tío se había dado cuenta, o que él se había ido de viaje, o que ella lo había mandado a paseo porque no era de las que aguantan estar de segundonas, pero por más que buscaba unos ojos enrojecidos o una boca apretada de amargura, sólo veía un semblante calmo, centrada en sus cosas, como habitualmente, ajena al mundo ruidoso del restaurante. Siempre tomaba fruta de postre y no tomaba café, si acaso, alguna vez, un poleo menta. Y cuando ya pensaba que el señor había pasado a la historia, va y aparece, claro, se quedó de una pieza cuando ella le dijo “y el señor un tercio, como siempre ¿verdad?”. ¡Qué sabía él del marcaje estrecho que Juani hacía, como para olvidarse. Pero fue un hecho puntual, que se repetía cada cuatro o cinco meses. Lo normal es que comiera sola, no era eso lo raro para Juani, lo raro es que nunca charlara con ella, como hacían las otras, que no supiera nada después de tanto tiempo, años ya, eso era lo raro. Los viernes no iba a comer, así que era de las de jornada intensiva. Por eso, cuando se despedían los jueves, Juani siempre le decía “hasta el lunes” aunque ella le dijera el “hasta mañana” de rigor. También a veces aparecía con un chico joven, muy alto, pero ese sí que tenía pinta de ser alguien del trabajo. Charlaban muy animadamente. Juani no dejaba de sorprenderse de que una persona que era tan solitaria, como lo evidenciaba por el hecho de comer siempre sola todos los mediodías de su vida, podía ser tan simpática, risueña y charlatana en cuanto estaba con alguien. En sus idas y venidas Juani había oído que el chico tenía alto el colesterol, por eso, cuando pidió dos platos del menú del día que tenían huevo le advirtió de la mala elección. Ella entonces le sonrió y le dijo, “Juani, que bien que atiendes a tus clientes, eres un ejemplo”. Caray, conocía su nombre, se dirigió a ella y le dijo algo más que los platos elegidos, que los gracias y hasta luego, y si tenía prisa o no ese día. Se sintió algo en desventaja, porque ella sabía su nombre en tanto que Juani no tenía la menor idea de cómo se llamaba, nunca había oído nombrarla. Últimamente se ha producido un cambio en la situación, ya no se sienta en la mesa sino directamente en la barra. Ahora Juani la tiene más cerca, y seguro que algún día le hará alguna confidencia. Pero por ahora, se trepa al banco alto, elige los platos, y extiende el periódico. Se enfrasca completamente en la lectura, que solo interrumpe para decirle “gracias” cuando le retira el primero y le pone el segundo. A veces le pregunta si los kiwis están maduros. Nada más. No importa, algún día surgirá, se sentirá vulnerable y tendrá que contar algo, a todo el mundo le pasa, ella no va a ser diferente. Juani solo tiene que tener paciencia y eso le sobra. |
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A ver si la Juani le saca algo y después nos lo cuenta... Besos.
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A ver si la Juani le saca algo y después nos lo cuenta... Besos.
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hola. me parecia ke era una historia real,muy bien contada,pena ke no la sigas. un beso
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hola. me parecia ke era una historia real,muy bien contada,pena ke no la sigas. un beso Besos V.
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